martes, 22 de julio de 2014

Vamp

Sacado del mismo cuaderno que creía haber perdido.

Apunta: "Que se escapó de la cama un 4 de Abril. Todavía se bamboleaba el trozo colgante del papel higiénico que abrimos antes de empezar. No había cerrado aun la puerta y ya habían pasado años desde que se fue. Casi noventa a lo mejor o así, bueno, noventa no, pero setenta sí. Todavía me miraba su sombra desde el quicio de la puerta cuando ella se bajaba del taxi en una ciudad en blanco y negro. No llovía pero casi. Las luces de neón pasaban más deprisa que su recuerdo y la ley seca me hacía carraspear. El colchón no había vuelto a su forma original y ya la semana santa quedaba páginas atrás en el calendario. A veces dudo si no fue un mal viaje de Mayo. No me molestaré en describirla, todos la habéis tenido lo que tardasteis en apostatar y ya sabéis lo que ponía en su estampita. Cuando la conocí recogía donativos para una ONG sin ánimo de lucro, que recogía lo que sobraba de las vidas que ella iba reescribiendo. A mí me hizo volver a empezar, 12 volúmenes, 37'5% de alcohol y un nórdico que estorba. Punto y aparte.

No podía ni sudar, se lo llevó todo menos el puto papel higiénico. E hizo bien, porque me cago en sus muertos todavía hoy."

lunes, 30 de junio de 2014

Como un Fénix en la Ducha

Extraído de un cuaderno que creía haber perdido, de hace un año o así. Qué me gusta rescatar textos con sabor añejo.

Ni renace ni muere, como un fénix en la ducha, por supuesto de agua fría, sino a ver quién le baja los calores de ego subido. La humedad se pega a su cuerpo, bien pudiera ser el vaho de un dios escondido. En la jungla hace frío y el desierto pide un minuto de silencio, que se le ha muerto el pecho en un monzón imaginario, en una polinización accidental nacida de un mal sueño con la vecina del cuarto. Le gusta cada gesto de desprecio, cuando se recoge el pelo y se lo deja suelto, las miradas cómplices en el espejo del lavabo, lavándose los dientes que nunca saben a cepillo usado. No le dice "te quiero", le llora un "te amo" que suena bastante ajado, vuelta la vista a los ojos de otros. Suena el timbre, no tiene un poco de sal, quiere endulzarle la vida con un cenicero lleno de pajaritas mal dobladas, aún a medio quemar, como todas las cosas.

De aquel humo estos fuegos. A la mierda. Le sabe la sangre a plomo y el esternón a plastidecor. Ningún otro tiene tantos colores como sus calzoncillos, hartos de remendarse en polvos de cuatro euros. La cerveza del chino, el costo pakistaní, el cuaderno con la DO de sus cojones y el boli no existe, son sólo sus labios. Dos letras de forja, el otro tercio de conglomerado y lo que queda qué importa. A fin de cuentas él no es más que las cenizas de un incendio congelado. Cuando era bien pequeño le cortaron el cable rojo, que era el de estallar, y no estalló. O está desactivado por el paso de los daños o se le olvidó funcionar como lo recordaba antes del ocaso. Quiere que no le hagan ni puto caso pero no sabe quitarse de encima cada sueño raro, cada despertar aislado, allí entre sus brazos, donde nadie mira cómo se hace pedazos y rebusca en los cajones de la ropa que le han dicho que no abra.

Es un fan de lo prohibido, un gigoló barato de pasiones sin dueño, con voz y voto de tejado roto. Que le jodan, yo a este tío lo mato.

lunes, 19 de mayo de 2014

Ser Poeta

Se me cae la poesía de las manos, se desliza entre mis dedos huyendo de quien sabe bien que no es poeta, como agua cristalina que se enturbia al recogerla, como tripas de reloj de arena suicidado en un instante. Se nubla el bolígrafo al escribir bellas palabras, se atora como un niñato ante una joven núbil, como una barcaza en un manglar, como si supiera que estas manos no lo saben manejar. Prefiere el papel rasgarse que ser escrito y se me rasga, como cuerpos de los pobres obligados por los poderosos, como las vestiduras de quien prometió verdades, como lo que quise escribir y no recuerdo.

Quisiera tener versos y deleitaros como me deleito paseando, pensando. Llenando los silencios de mi mente con galimatías de ritmo y formas que cuando se dicen a viva voz se tornan en cuervos execrables que marchitan tan sólo de oírlos. Quisiera ser un erudito en el campo, un extraño agradable que descansa en vuestra mesita de noche, más olvidado que querido, pero presente. Quisiera coger polvo y haceros estornudar, ser capaz de guardar el silencio de las paredes y permanecer impávido ante los acontecimientos más mundanos. Quisiera poseerlo todo y regalarlo, ser el cielo de la boca en que se agolpan las obleas, el saco que descansa en la trinchera. Quisiera mandar afuera a todo el que está en casa, repoblar la historia desertificada con indígenas urbanos, malcriar a trogloditas con estudios y luego degollarlos. Quisiera imitar al ruiseñor que es portada de carpetas infantiles, acuñar la frase que tatúas en tu córtex, hacer tañer el piercing que se descuelga por tu ombligo. Quisiera ser capaz de ser poeta, como decía en un principio, quisiera entender por qué se inmolan los cometas, quisiera saber contar lo que me dicen las curvas de tu cuerpo, quisiera leeros el futuro en los posos del pienso de vuestros perros, quisiera haceros aprender cómo se erosiona el tiempo. Quisiera no querer y quiero.

Odiaría verme otro en el espejo, saberme vestido de desnudez y sin recambios. Odiaría que se encerrasen iglesias en vuestros labios, que custodiarais viejos ejemplos agrietados sin preguntaros el cómo, volar a paraísos bajos. Odiaría ser quien soy sin ser poeta, ser la bala aún desconocida en la cuneta, el verduguillo romo que no afeita, la falange del yugo y las flechas. Odiaría la madre que se parte siendo patria, el casco del vikingo inescrutable, las horas perdidas en soñarte. Odiaría que quisiera tener versos, ser la llama de una zarza inagotable, el asa ignífuga de un blog sin corriente eléctrica, enseñar a Drácula un atardecer culpable. Odiaría el melocotonero que se abriga, lo que levanta aquel que ya se fue, deslizar panfletos en una abertura amiga, conseguir la magia y bebérmela con vodka. Odiaría que supierais que me he muerto, que creáis que creo en vivo, dar importancia al desconchón de la pintura de los parques, un pespunte en una corona de neopreno. Odiaría el sálvese quien pueda de quien pudo salvarse, el claxon que nos mira con recelo, los tickets que anuncian lo que a nadie importa, la espalda de ave que no puede mojarse. Odiaría odiar y odio.

Sé que os debo una poesía pero sé que no soy poeta.

lunes, 5 de mayo de 2014

Toc-Toc

Un "toc-toc" en la ventana me sacó del cuaderno. No pensaba abrir la puerta, me la sudaba quién fuera, pero ya estaba distraído. Esperé tranquilamente a que volviera a sonar la ventana o se decidieran a tocar el timbre. Dejé pasar un rato, que probablemente serían tres minutos o así pero que a mi me parecieron quince, y nadie llamó. Me cagué en Dios y en su puta madre. ¿Por qué coño alguien da dos golpes en la ventana y luego no insiste? Hay que joderse, estaba en lo mejor de la novela. Ahora tenía que releer las últimas cuatro páginas, que escribí del tirón, y volver a concentrarme, que no me cuesta precisamente poco.

Qué mierda, ya no me gustaba lo que tenía escrito. Volver a empezar... otra vez. Como sonase ese "toc-toc" ahora, iba a matar a alguien. Nada, incapaz de concentrarme, se me había apagado la bombilla. Veinte minutos estancado, mirando la pintura de la pared desconcharse. Probé poniendo música, ningún disco me inspiraba. Tenía el puto "toc-toc" clavado en algún rincón del cerebro, chocando contra las paredes de mi cráneo como un moscardón que no encuentra la rendija abierta por la que entró. Me encantaría ir a quemarle el timbre al cabrón que tocó en mi ventana, qué hijo de puta. ¿Qué estará haciendo ahora, tocarle los huevos a otra persona en algún lugar de la ciudad? En serio, qué mala hostia, me jodió el día. Se me empezaba a ir la olla, no sabía ya qué hacer para volver a entrar en el cuaderno.

Una ducha, eso tenía que funcionar. Primero intenté cagar, pero ni siquiera así me olvidaba del incidente de esta tarde. El agua tibia resbalaba por mi nuca como por la espalda de un pato. Pasaba rápido, sin detenerse en los meandros de mi huesuda anatomía, casi flotando. Estaba logrando olvidarme del "toc-toc", hasta que pensé en que estaba logrando olvidarme del "toc-toc". ¡Mierda! La pescadilla que se muerde la cola aquí, en mi ducha, manda huevos. Me sequé con la toalla imaginando lo que iba a cenar luego. ¿Con qué me sorprendería a mi mismo hoy? ¿Unos san jacobos ultracongelados mal fritos? ¿Unos fideos rápidos chinos? Quizá mejor algo más elaborado, un sándwich de esos con un huevo frito y tapadera o una ensalada. ¡No, un picoteo! Tenía fuet y queso en la despensa, perfecto. ¡Oh, y cortar un tomatito en gajos con aceite y orégano! Un poco de mozzarella para acompañar y listo. Colgué la toalla y me fui en pelotas hasta la cocina. Estaba hambriento. Me abalancé sobre la despensa, saqueé la nevera, escogí el mejor de mis cuchillos y empecé a trocear el tomate rítmicamente: "toc-toc, toc-toc." ¡Joooooodeeeeer!

Ni siquiera terminé de preparar la cena. Se me quitó el hambre con el cabreo. Me volví hacia el cuaderno y lo tiré por el balcón, a tomar por culo, estaba harto. Hacía lo menos tres años que no bebía, pero hoy me iba a tomar un cubata. ¡Coño, si sigo desnudo! Bueno, estaba en mi casa así que me dio igual. Me desparramé en el sofá y me levanté como un resorte, no había cogido ni vaso, ni hielo, ni whisky, ni nada. ¿Por qué tenía alcohol en casa si ya no bebía? Me lo tomé con calma. Disfruté preparando el trago. Se me llenó la boca con el sabor amargo antes de probarlo. No sé por qué demonios lo hice, pero abrí la puerta del estante en que guardaba los frutos secos, estaban viejas las bisagras y se atrancaba al cerrarla. Tuve que insistir mucho, rebotaba al empujarla y, con el mismo impulso, volvía a tratar de encajarla en su sitio. Estuve así unos minutos, hasta que me di cuenta de que sonaba "toc-toc". Enloquecí.

* Obra póstuma de Israel Nazario, hallada en su apartamento justo el día que se suicidó, 7-Agosto-1989. Del cuaderno que menciona no se sabe nada, algunos estudiosos especulan con que podría contener una novela inédita de título dudoso.

sábado, 22 de febrero de 2014

Se Repite

Es curioso como a veces nace todo de una simple idea, minúscula, ridícula, absurda, casi sin fundamento, escuálida. Una especie de masa viscosa que gotea por las paredes de tu subconsciente, densa pero ligera, avanzando sin dejar un rastro baboso, como una medusa en mitad del mar.

Estoy sentado en el sofá una vez más. Las finas vetas de luz que se cuelan por los agujeros de la persiana le dan a mi cuerpo, cubierto tan solo por un albornoz de felpa repleto de quemaduras de cigarro, un aire de cebra urbana. Miro el televisor apagado y agito un vaso de whiskey esperando oír el tintineo de unos hielos inexistentes, la botella yace vacía en algún rincón de la casa. El paquete de Ducados Negro exhala su último aliento dentro de mis pulmones y el funesto cenicero ejerce de Caronte portando sus restos. En el perchero junto a la puerta, un traje de payaso, descolorido y raído, contempla la escena impasible, como diciendo un “¿Qué me vas a contar a mí que he vivido tanto?”. Y qué razón tiene. Era de mi abuelo y mi padre siempre se negó a ponérselo. Mejor no pensar en la historia de ese traje ahora. Tengo un hambre atroz, repleta de desgana, pero atroz.

Casi sin darme cuenta estoy ya sentado a la mesa, echando los huesos en un plato aparte y aprovechándome de que estoy solo para comer con las manos. No sé por qué, pero siempre que como muslo me repite, a pesar de que evito guisarlo y simplemente lo meto en el horno con un poco de sal durante unos 45 minutos. Debería dejar de comer muslo y ya está, problema resuelto, pero no soy capaz, es otra de esas rutinas que se han clavado en mi vida como un gato asustado. Mierda, ni siquiera tengo un vino, aunque sea de cartón, para acompañar la comida, ni una cerveza, ni agua, ni nada. Qué pena de nevera y que ruina de casa, de los grifos sale un agua que más bien parece sangre o cobre fundido. Ya recogeré los platos luego, ahora necesito lanzarme a la calle.

Pensé que haría más frío, pero el sol aún calienta bastante. Siento que la gente me mira con descaro, será por las ojeras o por mi delgadez extrema, no sé. Qué coño, he vuelto a salir en calzoncillos, con el albornoz y unas zapatillas de andar por casa. Joder, qué vergüenza. Menos mal que el chino de la esquina ya me conoce. Se ríe de mí, pero me vende un par de cigarros sueltos, una litrona y un brick de leche. Me recuerda que para salir a la calle hay que vestirse, yo le digo que le den por culo y que me apunte la compra, que no llevo dinero encima.

Vuelvo a casa. Qué mierda de vida. Dejo la compra sobre la mesa aún con los restos de la comida y regreso a mi sabana en el sofá. Todo sigue igual. Me inquieto por momentos, el muslo empieza a repetirse y los huesos que reposan en el plato sobre la mesa parecen pedir un entierro digno. Me levanto y recojo la mesa con un pulso nefasto. Un hueso cae al suelo y rebota por las baldosas con un ruido seco. Acabo de tener una idea. Arrojo los platos al fregadero con furia, meto el hueso huidizo en la bolsa con el resto y la cierro. Voy a mi habitación, me cambio de ropa interior, arreglo mi cara y mi pelo, paso por el perchero y me visto. Cojo la basura y huyo, dando un portazo. Mierda, se me ha olvidado una cosa. Vuelvo, la cojo, la escondo en mi espalda y me voy.

Entro en el metro, cojo la línea 3 hasta su última parada. Todo el mundo me mira, pero me da igual. Un tipo con mi aspecto sólo puede estar en ese metro para ir a esa parada. Salgo del tren subterráneo en mi destino, no podía esperar más para encender uno de los dos cigarros. Aún no tiré la basura, es pronto. Me siento en un banco cercano a esperar, como siempre. El reclamo del cigarro no tarda en funcionar. Un yonki se acerca y me pide tabaco, yo le pido heroína. Accede a llevarme a un callejón donde un amigo suyo vende. Le advierto que si me la juega está muerto, se ríe y me dice que si acaso no está muerto ya. No le falta razón.

Llegamos al callejón y me presenta a su amigo. Como suele ser normal, en el país de los yonkis el camello es el rey. Está sano y fibroso, tiene todos los dientes y habla con voz normal. Le doy su cigarro a mi sherpa y le digo que se vaya. El camello me dice que dónde coño voy con esas pintas. En silencio y muy despacio, disfrutando como siempre de este momento, dejo la bolsa de basura en el suelo y la abro, procurando que se vean bien los huesos. Él sigue pensando que soy un colgado más y dice que no piensa venderme nada. Como si yo quisiera comprar algo. De repente se fija más en la bolsa y el horror se asoma a su cara, ha tardado más de lo normal. Está acorralado y acaba de entender que un tío vestido de payaso en un barrio como ese nunca es algo bueno. No voy a esperar a que intente algo, saco el hacha de mi espalda y golpeo directamente a su cabeza. Crac, el típico sonido de una sandía abriéndose. No ha tenido ni tiempo de gritar. Vacío la bolsa esparciéndolo todo por ahí. Con tantos años de experiencia y el hacha bien afilada, no me lleva demasiado tiempo trocearme la cena y guardarla en la bolsa. Lo bueno de que tu carnicería sea un barrio marginal a las afueras de la ciudad es que lo pasa allí se queda allí. Nunca como cabeza, no me gusta la textura mantequillosa de los sesos y la cara tiene poca carne. Sólo me llevo brazos, piernas y las costillas, dejo todo lo demás, incluyendo las manos y los pies. Me gusta la carne, pero la casquería y los huesecillos no me atraen demasiado. Cojo la cartera del tipo y envuelvo mi compra con su ropa, lo justo para que no se transparente a través de la bolsa. La experiencia me dice que no debo preocuparme por las manchas de sangre, a fin de cuentas, es normal que un payaso esté salpicado de colores. La gente no le hace preguntas a un payaso con cara de pocos amigos.

Me monto de nuevo en el metro con total tranquilidad y regreso a mi barrio. Antes de nada saldo mis cuentas con el chino y compro un par de ajos y pimentón, le dejo que se quede el cambio por las molestias. Ya en casa, vuelvo a mi atuendo de siempre, ya me ducharé más tarde. Sin haberme desmaquillado, guardo la carne en el congelador, ya casi no me quedaba. Y ahora, a poner en práctica la idea que tuve. A ver qué tal sale. Cojo un poco de romero, una pizca de sal, un chorrito de aceite, dos dientes de ajo sin pelar y una cucharada sopera de pimentón, todo en una fuente y, aquí creo que está la clave, el muslo deshuesado. Espero 45 minutos a que el horno haga su trabajo y ya puedo probar mi idea. No es por echarme flores, pero está delicioso. Una hora después, por primera vez en mi vida, no me repite el muslo.

martes, 28 de enero de 2014

¡BOOM!

Imagina que estás tan tranquilo, leyendo lo que dice de ti el periódico o contando dinero en el salón de tu casa, cuando un cóctel molotov entra por la ventana. No sabes qué pasa, piensas que se ha extraviado, que ha sido un lanzamiento errado, que unos vándalos de mierda te acaban de joder por error. Desconcertado, corres a buscar un cubo y lo llenas de agua en la cocina. Apagas el fuego rápidamente. Entonces otro cóctel entra por la ventana y es mucho más potente que el anterior. Prende la mesa camilla, el periódico y tu estampita de la Virgen, tratas de apagar el fuego pero no eres capaz, cada vez se extiende más y más. Oyes gritos, improperios, sandeces, consignas... Por fortuna, tienes una habitación del pánico perfectamente equipada. Coges un extintor y ahora sí, apagas el fuego. Sin embargo los daños son notables. Bah, ya lo pagará el seguro. Los gritos no cesan. Te asomas a la ventana aún temiendo un nuevo cóctel que esta vez pudiera darte a ti directamente. Los ves ahí abajo, al otro lado de la acera. Son varios encapuchados, jóvenes, que no paran de arrojar cosas contra la fachada de tu edificio. Por cosas quiero decir adoquines, botellas, huevos... Pides a Dios que te perdone pero te cagas en él. Vuelves a tu habitación del pánico y coges un rifle para el que, por supuesto, no tienes licencia, se van a enterar esos hijos de puta. Cargas el arma, te santiguas y te asomas a la ventana dispuesto a todo.

Imagina que tu padre se acaba de suicidar porque el mundo no hace más que joderle. Le echaron del trabajo hace un par de años y estaba en una edad y un tiempo difíciles para encontrar otro empleo. Para más inri, la empresa a la que dedicó casi treinta años de su vida le hizo una última jugada tras despedirlo, negar toda relación laboral con él. Tu padre, que siempre había sido un luchador no se amedrentó y los llevó a juicio. Era imposible perder, había trabajado allí veintisiete años y tenía cientos de testigos para probarlo, amén de facturas, contratos, fotos y un buen abogado sindical. Sin embargo, el juez le dio la razón a la empresa y a los pocos días hizo unas declaraciones que lo dejaban todo claro: "Ya está bien con los trabajadores, se creen que siempre tienen la razón, pues no." El vaso empezó a llenarse para tu padre, la decisión del juez le impedía beneficiarse del paro, la luz, el agua y el gas subieron de precio, la hipoteca se hacía cada vez más dura sin un sueldo que mantuviera los ahorros y entonces llegó el primer aviso de desahucio y con él, la primera vez que veías a tu padre llorar desde que se murió tu madre. La gota que colmó el vaso fue la negación de cualquier prestación o ayuda gubernamental. Tu padre no pudo aguantar más y se ahorcó. Tienes claro que todo esto se podría haber evitado, tan claro como que piensas vengarte a toda costa. La suerte te sonríe por una vez, aunque sea de esta forma irónica. El presidente de la empresa para la que trabajó tu padre vive en un edificio en el que, casualmente, el juez tiene un despacho. Además, el bajo del edificio es una sucursal del banco que desahució a tu padre, el resto del edificio está en alquiler y, para terminar de aumentar la casualidad, el edificio adyacente es la sede del partido político que gobierna tu región. Convocas a tu barrio a una manifestación, pero esta vez vais a hacer las cosas bien: a muerte. Sois muchos los que lo estáis perdiendo todo por la corruptela y los tejemanejes económico-políticos, y no sólo en tu barrio o en tu región, en todo el país. Os juntáis a la hora convenida, pasamontañas, capuchas y mochilas con material incendiario, las venas hinchadas y la rabia de todo un país recorriendo vuestro cuerpo. Lanzas el primer cóctel molotov y lo cuelas por la ventana del jefe de empresa. Ya no tienes nada que perder, estás dispuesto a todo.

Imagina que eres un tipo normal y corriente. Fuiste un niño sencillo que se divertía jugando con sus amigos como todos los niños. Nunca te gustó demasiado estudiar y se te daban mal las matemáticas, tanto es así, que repetiste varios cursos en el instituto y no te sacaste el bachiller. Hiciste un módulo, no te importaba cual, solo querías que tus padres te dejasen en paz. Lo sacaste pero no encontrabas trabajo. Veías como tus amigos de toda la vida se buscaban la vida, unos con carrera, otros trabajando en el negocio de sus padres, otros escapando al extranjero... Y tú sin nada. Entonces lo tuviste claro: oposiciones a policía nacional. Lo lograste tras mucho esfuerzo y sacrificio, bueno, quizás no tanto, pero lo lograste. Te sentías genial con el uniforme y la placa, cumplías con tu deber y por fin eras alguien para la sociedad. Entonces el gobierno empezó a bajar los sueldos de los funcionarios, a recortar derechos, a robar, a proteger al corrupto y castigar al ciudadano de a pie. Las calles se llenan de disturbios, la lucha del pueblo contra sus gobernantes estalla. A ti eso te importa poco, nunca te interesó la política y nunca te interesará mientras tengas para comer. Ahí está el problema, tú también eres un funcionario que se ve afectado por las medidas del gobierno, pero la solución es sencilla, te has enterado de que los antidisturbios cobran una prima de alrededor de seiscientos euros. No entiendes por qué la gente se queja tanto, si el gobierno lo tiene todo pensado. Consigues hacerte antidisturbios y hasta a ti te sorprende lo fácil que ha sido, quizás andaban escasos de personal. Después de tus primeras salidas ya no estás tan contento con tu trabajo, no entiendes muy bien qué clase de amenaza supone una manifestación que se queja de cosas que os afectan a vosotros también, pero bueno, tu deber es cumplir las órdenes que se te den y eso haces. Una tarde llega un aviso a tu unidad, se están produciendo disturbios en un céntrico barrio de la ciudad. El subdelegado de gobierno estaba rabioso cuando llamó, por lo visto la sede de su partido, un banco, la casa de un empresario amigo suyo y el despacho de un juez que siempre ha dictado sentencia a su favor son el centro de los disturbios. Toda tu unidad se desplaza enseguida al lugar. Cuando os bajáis del furgón sois pura adrenalina, la charla que os ha dado el jefe de vuestra unidad os ha puesto a mil por hora. Vais directos a los encapuchados dispuestos a todo.